Miedo al futuro
A más de uno nos habrá pasado que en estos tiempos tan compulsos y raros, una idea fugaz de “miedo al futuro” ha atravesado nuestra mente en algún momento del largo día que vivimos dentro de nuestras casas, encerrados, confinados porque de la noche a la mañana un virus nos ha puesto contra las cuerdas como un colectivo débil.
La humanidad, esa sociedad civilizada que domina el mundo (La Tierra y todo lo de alrededor) y que ahora nos hemos dado cuenta que no somos nada más que 7 mil millones de corazones frágiles.
Nuestro 2020, la entrada a la nueva década del siglo XXI se ha vuelto inestable. En enero todos nos comíamos el mundo y el año que nos esperaba para brillar. Todo se apagó en pocas semanas de los nuevos 365 días que teníamos por delante.
A día de hoy, que ya el 2020 está terminado y se acerca su amigo 2021 (otro que no augura facilidades, normalidad y libertad) me doy cuenta que hemos perdido un año entero de vida encerrado en nuestros hogares. Algunos lo llevaron bien, otros solo querían escapar de sus infiernos personales y otros ni siquiera tienen un techo donde resguardarse del covid y del frío.
El futuro asusta. Y ahora más, con esta constante inestabilidad y altibajos que nos acecha en cada esquina. Cero contacto, mascarillas robándonos la expresividad, la sonrisa. Aunque al menos somos todo ojos -el espejo del alma- que miran al alrededor con angustia, como si viviésemos dentro de una de esas pelis postapocalípticas de tráileres súper molones en el cine.
A mí también me asusta el futuro. El mismo que pensaba que cambiaría mi vida tras graduarme en la universidad en un año que se me antojaba bonito, 2020. Es simétrico y perfecto. Todo lo contrario a lo que albergó para toda la humanidad.
Y me sigue asustando el futuro, ahora con otro nombre. Dos mil veintiuno.
Por favor, que la normalidad regrese pronto y si esta vez nos asusta el futuro que sea por los temas de siempre, no por temor al fin de millares de vidas por un ser microscópico.